Ahora sí me siento extraño en mi propio país. Esta Costa Rica no es la mía. No la reconozco. Es otra. Ni siquiera es ya país; es un descomunal mercado negro. Lo confirman las ultimas revelaciones.
1) Gente y compañías altamente sospechosas prestan jet ejecutivo a la presidenta Chinchilla para volar a Venezuela y Perú sin que a sus más cercanos jerarcas presidenciales les pase siquiera por la mente cuestionarse con quiénes estaban tratando.
2) El expresidente Toledo del Perú y su suegra utilizan aquí bufetes y colaboradores para adquirir propiedades lujosas en Lima a través de dineros de procedencia cuestionable.
3) Un mercado para el tráfico aquí de órganos y transplantes humanos a extranjeros es denunciado por un periódico mexicano con graves implicaciones para la ética, moral, salud e imagen médicas del país.
4) El multimillonario negocio de la refinería china avanza sin que hasta ahora nadie pueda demostrar en qué beneficiará al país. Lo único que sabemos es que vamos a pagar $1.500 millones para que nos vendan todavía más caro el combustible y para que alguien se engorde más la billetera.
5) Tras contabilizar el blanqueo de los primeros $6.000 millones, hemos sido declarados paraíso mundial del mayor lavado de dinero jamás descubierto, según investigaciones de los Estados Unidos y otros países.
6) Se nos menciona en el periódico francés Le Monde como paraíso fiscal para la evasión internacional de impuestos, al tiempo que tenemos que andar en congojas diplomáticas para desmentirlo.
7) Debido al uso cada vez más frecuente de sitios de juego en Costa Rica por parte de bandas criminales que operan desde los Estados Unidos, somos el edén de las apuestas ilegales.
8) Encapuchados asesinan en Moín de Limón a un joven defensor de las tortugas que hacía poco protestó por la falta de protección policial a esos animales, cuyos huevos son parte del gran negocio redondo que hacen las bandas de delincuentes en la zona atlántica.
¿Así o más? Todo esto para no mencionar la presencia en nuestro territorio de los más furibundos carteles colombianos y mexicanos de la droga que se pasean como Pedro por su casa seguros de que han encontrado su tierra prometida.
Esa, repito, no es Costa Rica. Mi país era otra cosa: tranquilo, apacible, sobrio, sencillo y de una vasta riqueza moral. Aquí había gente sana dedicada a su trabajo digno o finquita para ganarse los frijoles, pero hemos sido desplazados por las bandas mundiales del delito y sus secuaces locales gracias a la negligencia, complicidad e incapacidad del gobierno.
¡Con razón tantos carros de lujo en la calle, tantas casas y apartamentos fastuosos, tantos negocios raros, tanta ostentación y tanta plata sospechosa que amasa la gente, incluso la que uno menos espera!
Como el caso de ex futbolista nacional, gloria de nuestro fútbol y otrora inspiración de los niños a quien se le vincula hoy con actividades extradeportivas poco edificantes. Tras cada gol que anotaba, cada partido que ganaba y cada campeonato que celebraba, se le veía exaltando a Dios en la cancha, en la camiseta y en las conferencias de prensa. ¿Será ese mismo Dios su socio ahora en los negocios?
Nos hemos convertido en nido de mafias con todos los tipos de delincuencia imaginables y hasta hegemónicas por las descomunales cantidades de dinero e influencias que mueven, y a las que ni el gobierno ni la sociedad misma parecen poder resistirse y mucho menos contrarrestar.
Por eso es que ante esta invasión tenebrosa del crimen organizado, Costa Rica, sin paz, sin libertad y sin honor, jamás puede ser igual. El nuevo “costarricense” ya no es el labriego sencillo sino el “corruptazo” que, en todo su amplio espectro (sicarios, estafadores, narcotraficantes y blanqueadores) compra a manos llenas conciencias y ciudadanías.
Esto, señoras y señores, es una guerra desigual y no nos hemos querido dar cuenta. Una guerra sutil que entra por el blanco humano más vulnerable: sus bolsillos, ahí donde se confabulan la codicia, el silencio y la complicidad. Lo peor es que esto apenas empieza en un país con cero capacidad de reacción, presagio inequívoco del futuro que nos aguarda.
Por: Edgar Espinoza
Fuente: CRhoy
http://www.crhoy.com/perdimos-a-costa-rica/