Han pasado unos cuantos días desde que nos visitó el presidente de los Estados Unidos. El Gobierno preparó sus mejores galas, limpió San José y se hizo todo para que Costa Rica pareciera lo que no es.
Entre el feriado, poder ver a “La bestia” y ver el avión presidencial, perdimos de vista que presenciamos un montaje para ocultar a la Costa Rica de carne y hueso. También vimos el esfuerzo de crear una imagen de un país bonito, limpio y ordenado que solo es accesible para deleitar los ojos las élites políticas internacionales.
Podemos preguntarnos ¿por qué los costarricenses no podemos tener esto todos los días? ¿Por qué solo hay voluntad política para “arreglar” Costa Rica por unas cuantas horas y no para solucionar efectivamente los problemas?
En una entrevista concedida a Telemundo, el señor Obama habla sobre lo visto en Costa Rica y comenta, entre otras cosas, que nuestro país está haciendo grandes progresos, que es un campeón en derechos humanos y además, un campeón en democracia. No estoy seguro si fue un elogio por compromiso o si fue la típica “ceguera” usual del “primer mundo”, incapaz de aceptar su cuota de responsabilidad sobre la marginalidad de los países de América Latina.
Estos comentarios son bastante oportunos para la presidenta peor evaluada de la región que sin duda los utilizará hasta el cansancio para mostrar que las cosas no están (tan) mal. Sin embargo, no se puede evitar la pregunta ¿cuál Costa Rica es la que están viendo? O mejor dicho ¿cuál Costa Rica quieren que veamos?
Es difícil ver los grandes progresos cuando nuestro gobierno (y los gobiernos predecesores) no ha mostrado tener voluntad política para buscar soluciones a los problemas más importantes del país. Más allá de la retórica y de las estadísticas “maquilladas”, la pobreza y la desigualdad continúan creciendo. ¿Cómo vamos a ver progreso si tampoco hay esfuerzos reales por tener una infraestructura vial moderna o una urbanización planificada?
Somos un país que se autodenomina “verde” pero en la realidad no se busca una mayor acción para proteger los recursos naturales. Nos consideramos un país que depende del turismo, pero los que menos se benefician son las personas que viven cerca de las zonas turísticas, y los que más son los grandes empresarios y o las transnacionales con beneficios estatales que se desearían las pymes.
Tampoco somos campeones en derechos humanos. Nuestro gobierno no cumple los tratados internacionales de derechos humanos, su posición frente a la fertilización in vitro o la negación al matrimonio entre personas del mismo sexo, lo comprueban. O también las violaciones sistemáticas a los derechos de los pueblos indígenas de nuestro país.
Campeones en democracia tampoco somos, excepto que como democracia consideremos el acto de marcar con una X cada cuatro años. La expresión pública es cada vez más condenada y la represión policial cada vez es más fuerte. Si hacemos un análisis en retrospectiva, la movilización social se ha criminalizado, y bajo la excusa del libre tránsito, se legitima la represión. Es curioso ver cómo se penaliza que los costarricenses reclamen los derechos en las calles, pero no se ve con malos ojos y ni siquiera se cuestiona que el centro de la capital estuviese prácticamente clausurado a los propios costarricenses solo por la seguridad de un presidente.
Da la impresión de que el Gobierno considera al pueblo ciego y se afana en ocultar lo que es imposible de esconder, pero los problemas del país no solo deben “maquillarse”, tienen que resolverse. El obierno saliente difícilmente haga en menos de un año lo que no ha hecho en tres; sin embargo, hay temas pendientes de una respuesta pronta. Tenemos que decidir si vamos a seguir permitiendo que nos engañen con promesas y discursos embellecidos, o si vamos a luchar por la Costa Rica que debemos tener.
Ariel Calderón González
Estudiante de sociología UCR