Por parte de millones de trabajadores afiliados a la FEDERACIÓN SINDICAL MUNDIAL, FSM, expreso hacia el pueblo cubano, la CTC, el liderazgo del Estado y del Partido de Cuba Socialista, las verdaderas condolencias desde lo más profundo de nuestros corazones por la muerte del inmortal Comandante Fidel.
Fue el líder que junto con el Che, junto con todos sus camaradas, lucharon y derrotaron a los imperialistas así como a sus instrumentos.
Para la FSM el honor más grande fue la presencia del Comandante Fidel en sus Congresos y su discurso significativo ante los delegados durante el 10º Congreso de la FSM.
Para la Clase Obrera Mundial quedará siempre INMORTAL.
George Mavrikos
Secretario General FSM
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Discurso de Fidel Castro el 10 de febrero de 1982 en el X Congreso de la FSM. Al dar lectura hoy a estas palabras, debemos tratar de ubicarnos en los acontecimientos de 1982, que obviamente no es esta época.
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DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO RUZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CUBA, EN LA SESION DE APERTURA DEL X CONGRESO SINDICAL MUNDIAL, CELEBRADA EN EL PALACIO DE LAS CONVENCIONES, EL 10 DE FEBRERO DE 1982, “AÑO 24 DE LA REVOLUCION”.
(VERSIONES TAQUIGRAFICAS)
Distinguidos representantes del movimiento sindical internacional:
La celebración de este X Congreso de la Federación Sindical Mundial reviste una especial significación.
En las difíciles circunstancias a que se enfrentan los trabajadores y los pueblos de todo el mundo, el éxito de un evento como este depende en gran medida de su carácter y de su alcance. Desde que se planteó su realización en Cuba, nuestra dirección sindical estuvo muy interesada —y nosotros coincidíamos con ella— en que todos debíamos contribuir a que este Congreso se caracterizara por la máxima amplitud posible, a fin de que estuvieran representadas en él las diversas tendencias y las principales fuerzas del movimiento sindical internacional, sin distinciones de ningún tipo, y que, haciendo ejercicio de métodos verdaderamente democráticos, con la mayor libertad de discusión y de criterio, pudieran abordarse las cuestiones esenciales que hoy tan duramente golpean y tan profundamente preocupan a millones de trabajadores en todo el mundo.
Debemos decir que aquellas esperanzas se han visto colmadas con creces. En este Congreso, como ya es conocido, están representados hasta hoy 135 países y 351 organizaciones sindicales que agrupan a 260 millones de trabajadores, lo cual brinda de por sí una idea de su magnitud y de la tremenda importancia que pueden alcanzar sus resoluciones. Esto constituye el primer gran logro de este evento. Incluso, cabe destacar que de las organizaciones presentes, las afiliadas a la Federación Sindical Mundial son 80, es decir, poco más del 20%.
Hay aquí organizaciones que están adscritas a otros organismos sindicales internacionales, y hay también una cantidad numerosa de ellas que no pertenecen a ninguno, aunque muchas se identifican con los objetivos de la Federación Sindical Mundial y participan activamente en sus luchas.
El interés con que ha sido acogido este Congreso, y el alto nivel de participación a que hemos hecho referencia, constituyen una expresión concreta de la comunidad de intereses que se manifiesta con fuerza creciente entre todos los trabajadores del mundo. Podemos señalar que el Congreso que hoy tenemos la satisfacción de inaugurar, es el Congreso de la gran mayoría del movimiento sindical organizado a escala internacional.
Es la primera vez que un Congreso de este tipo se realiza fuera de Europa, y el hecho de que tenga lugar en Cuba, un país que lucha por su desarrollo en medio de constantes amenazas, campañas calumniosas y un riguroso bloqueo económico, un país al que sus enemigos han tratado inútilmente de aislar y proscribir del resto de los pueblos del mundo, le confiere un significado solidario que nuestro pueblo y Gobierno desean agradecer profundamente (APLAUSOS).
No ignoramos, desde luego, la heterogeneidad de las posiciones políticas, filosóficas y religiosas que se reúnen en esta sala; las divergencias de criterios existentes entre muchas de las organizaciones que aquí se dan cita, y que este Congreso tiene la peculiaridad de congregar a dirigentes sindicales de países socialistas, a dirigentes sindicales que actúan en los países capitalistas, a líderes obreros que se desenvuelven en Estados altamente industrializados, y a líderes que provienen de las grandes áreas subdesarrolladas y económicamente atrasadas del mundo. Hay una gran variedad de circunstancias y de opiniones.
¿Será posible, en tales condiciones, hallar un lenguaje común?
Creemos que es posible, que es necesario, y, más aún, que es imprescindible. Las contradicciones podrán ser múltiples y a veces serias. Pero el hecho mismo de encontrarse aquí reunidos evidencia que existe una contradicción más poderosa y dominante: la contradicción con los que tratan de arrastrar a la humanidad por el camino de la guerra, con los que pretenden lucrar en medio de la desastrosa situación que atraviesa actualmente la economía mundial y descargar las nefastas consecuencias de la crisis sobre los hombros de los trabajadores.
A lo que nos une, y no a lo que pueda separarnos, es a lo que debemos mirar en esta difícil y peligrosa coyuntura (APLAUSOS). Sin que nadie tenga que renunciar necesariamente a sus posiciones, estamos convencidos de que el movimiento sindical mundial puede avanzar hacia el diálogo, hacia la búsqueda de los caminos de la unidad y hacia pasos concretos de acción común, sobre la base del objetivo supremo que identifica a los sindicatos en todos los continentes: la defensa de los intereses de los trabajadores y de sus pueblos.
Defender los intereses de los trabajadores y de los pueblos quiere decir mucho en las presentes condiciones. Significa defender su derecho a la vida, al trabajo, al pan, a una existencia con seguridad, con dignidad y con justicia.
Para nosotros está claro que no hay, ni puede haber en el momento actual, tarea más urgente e inaplazable que la de la lucha por la paz y por salvaguardar a la humanidad de la destrucción en un holocausto nuclear.
Pero esta batalla, como hemos subrayado en otras ocasiones, está inseparablemente ligada a los problemas del desarrollo y al esfuerzo de los pueblos y los trabajadores explotados en favor de condiciones más justas y equitativas de vida. No podemos tampoco ser esquemáticos y desconocer la desigualdad de las situaciones que prevalecen en unos y otros países. A los trabajadores no solo les importa vivir, también les preocupa profundamente en qué condiciones van a vivir.
Es lógico que los trabajadores del mundo entero se interesen por la batalla en favor de la paz y la distensión internacional. Pero existen en grandes áreas del planeta, enormes masas de trabajadores para quienes la vida es tan incierta, la subsistencia tan dura y las perspectivas tan desoladoras, que las consignas de la lucha por la paz, por sí solas, carecen para ellos de un sentido directo. Por esto, es nuestra más profunda convicción que, si queremos impulsar un verdadero movimiento de masas a nivel mundial, las banderas de la lucha por la paz y las banderas de las reivindicaciones urgentes e inmediatas que reclaman los trabajadores, tienen que marchar estrechamente unidas (APLAUSOS).
Estamos convencidos de que, en el momento actual, resulta necesario multiplicar las acciones por la paz y, simultáneamente, redoblar también las acciones en favor de las demandas económicas y sociales que levantan los trabajadores frente a quienes los explotan y oprimen.
Los políticos responsables del mundo coinciden en reconocer que la humanidad vive hoy la situación más compleja y más seria desde la Segunda Guerra Mundial. Hitler, en su época, se propuso conquistar al mundo e imponerle un yugo fascista de 1 000 años. Durante aquella larga guerra trató de destruir pueblos enteros y cometió todo género de crímenes. Hoy bastarían unos minutos para que el género humano, todos los frutos del trabajo y la inteligencia del hombre, sean arrasados y aniquilados para siempre. Si somos realistas, no podemos cerrar los ojos ante este peligro. Tomar conciencia de esta creciente amenaza es la primera condición para denunciarla, combatirla y movilizarnos resueltamente frente a ella.
El análisis más sereno y la reflexión más objetiva nos indican a las claras cómo la posibilidad de una guerra termonuclear, que hace años pudo parecer quizás improbable o lejana, ha ido adquiriendo en los últimos tiempos un carácter cada vez más tangible e innegable. Algunos políticos irresponsables, en cuyas primeras filas marchan los gobernantes de Estados Unidos, tratan de acostumbrar a la opinión pública a aceptar esta perspectiva como algo natural y le inculcan la ilusión de que sería posible librar una “guerra nuclear limitada”, o la idea de un golpe nuclear preventivo de demostración en territorio europeo, o la posibilidad incluso de salir vencedores en caso de un conflicto generalizado a nivel mundial. Se juega así peligrosamente con la guerra. Se avanza por un camino que puede tornarse irreversible.
Sobre la actual administración de Estados Unidos y algunos de sus aliados recae por entero la responsabilidad del aumento de las tensiones internacionales. Ningún intento por tratar de compartir esta responsabilidad con los países de la comunidad socialista resiste, en nuestro criterio, el más elemental análisis.
A la vista de todos están los hechos que demuestran cómo las actuales amenazas de guerra brotan del descabellado intento de los gobernantes de Estados Unidos, de sustituir la política de distensión por una línea de enfrentamiento y de guerra fría. Pretenden detener el avance de cualquier proceso revolucionario, de liberación nacional o simplemente progresista, aplicándoles el criterio falso y ridículo de que son producidos por un supuesto “injerencismo” o “expansionismo” soviético; alientan el inalcanzable objetivo de romper el equilibrio estratégico de fuerzas, lograr la superioridad militar e imponer las negociaciones políticas desde posiciones de fuerzas, sobre la base del chantaje y las presiones; y han desatado, para lograr tales propósitos, la más increíble carrera armamentista que recuerda la historia. Ninguna campaña de propaganda, ninguna distorsión de la realidad, podrá ocultar estas verdades esenciales.
Tal política ha enturbiado y complicado profundamente la comunicación y el sereno análisis y discusión de los problemas más importantes de la situación internacional con los países de la comunidad socialista. Al diálogo constructivo se han antepuesto las presiones y las amenazas. El debate y el análisis objetivo han sido sustituidos por la injerencia, la subversión y las campañas de propaganda hostil. La política de coexistencia pacífica se ha trocado por un rumbo reaccionario y belicista. Los ideales de colaboración y relaciones normales entre los Estados han sido profundamente lastimados por la actitud insolente, las provocaciones y las represalias de carácter económico, tecnológico, comercial y cultural puestas en práctica por el Gobierno norteamericano.
La actual política de hostilidad, de agresiones económicas y políticas, el clima amenazador, la intromisión descarada en los asuntos internos de los países socialistas, la propaganda contrarrevolucionaria, el aliento a la subversión y los intentos de negociar desde posiciones de fuerza, no pueden ser hoy, ni lo serán jamás, la base para el diálogo constructivo, sensato y prudente que necesita el mundo (APLAUSOS).
Este rumbo profundamente reaccionario y agresivo está respaldado en gran medida por los intereses y las ganancias de los grandes consorcios transnacionales, principales beneficiarios de esa política. Las corporaciones que integran el llamado complejo militar-industrial, cuyo auge y beneficios las sitúan ya entre los más poderosos monopolios de Estados Unidos, junto a los grandes intereses de las industrias petrolera y química, ven multiplicarse en forma astronómica sus ganancias, como resultado precisamente de una política cuyos efectos más perniciosos recaen sobre la gran masa de trabajadores dentro de los propios países occidentales desarrollados, al traducirse en una baja notable de las condiciones de vida, desempleo, inflación, afectación profunda de la seguridad social, inestabilidad y pobreza. Por otra parte, y en mucha mayor magnitud y con consecuencias aún más graves y dramáticas, esa política significa increíbles niveles de miseria, insalubridad, incultura y hambre para las grandes masas oprimidas y esquilmadas de los trabajadores del Tercer Mundo.
Como resultado de estos designios, Europa se ha convertido en un centro de confrontación y peligro crecientes. En las relaciones con sus aliados occidentales, Estados Unidos ha seguido la línea de presionar constantemente sobre ellos, tratando de que acepten un aumento notable en sus presupuestos militares y de arrastrarlos, al mismo tiempo, hacia una política de mayor hostilidad y dureza contra la URSS y demás países socialistas. Tan irreales y violentos han sido estos propósitos, que no todos los aliados norteamericanos se han sumado al bloqueo económico y comercial, ni se han dejado arrastrar a las posiciones más reaccionarias.
Mediante la agitación de un supuesto peligro de agresión comunista, los gobernantes de Estados Unidos tratan de imponer la instalación en suelo europeo de un nuevo sistema coheteril nuclear, que plantea un desbalance notable del equilibrio estratégico y lleva a niveles nunca antes alcanzados el clima de tensión en esa área. La “opción cero”, lanzada como contrapropuesta al llamado soviético en favor de un justo y equilibrado balance coheteril en el escenario europeo en su conjunto, no ha pasado de ser en esencia una hipócrita medida de burda propaganda que pretende mantener una superioridad nuclear en Europa con miles de armas atómicas, emplazadas en bombarderos, portaaviones, submarinos y proyectiles balísticos apuntando contra los países de la comunidad socialista.
La desaparición de todas las armas nucleares en Europa y el resto del mundo, y el cese de la política internacional fascista de Estados Unidos, es la verdadera opción cero que reclama la humanidad (APLAUSOS).
Estos pasos imperialistas ponen en gravísimo peligro la paz mundial. Los riesgos que ellos entrañan son tan evidentes que han llenado de justificada preocupación a los pueblos de Europa occidental. Millones de trabajadores, empleados, intelectuales y estudiantes, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, se han lanzado a las calles para expresar su condena a esta política en las manifestaciones y protestas más multitudinarias y combativas que se recuerdan desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Claro está que a los trabajadores no solo les inquieta el peligro de guerra. Lo funesto de esta política imperialista reside en que ella afecta también los intereses más directos e inmediatos de los trabajadores. Estos intereses, por otra parte, no se reducen tan solo al salario, a las condiciones de empleo y a los niveles de vida.
La orientación ultrarreaccionaria de la actual administración de Estados Unidos ha significado un espaldarazo a los regímenes más represivos, antipopulares y antiobreros en todo el mundo. Como consecuencia de ella han surgido nuevos focos de tensión o se han recrudecido los que ya existían.
Cuando la violencia racista cobra incontables víctimas en Sudáfrica y en Namibia, cuando los agresores sudafricanos irrumpen criminalmente en el sur de Angola o atacan a otros Estados soberanos de la región, son trabajadores humildes sus principales víctimas. Cuando Israel agrede por sorpresa a Iraq y se anexa brutalmente territorios árabes ocupados por la fuerza, como recientemente las alturas de Golán, cuando masacra a los palestinos en el sur del Líbano, son trabajadores los que caen como resultado de esa política. Cuando los aliados del imperialismo en Asia hostilizan sin tregua a Viet Nam o prestan aliento a los genocidas expulsados del poder en Kampuchea, son también trabajadores los que derraman su sangre como consecuencia de esa política.
Cuando en Sudamérica, patriotas de numerosos países sometidos a regímenes fascistas son perseguidos, torturados, desaparecidos o asesinados, son también trabajadores las víctimas del apoyo imperialista a estos regímenes sangrientos.
Cuando en Centroamérica el pueblo de Nicaragua se ve obligado a movilizarse frente a las amenazas de agresión y frente a las bandas mercenarias; cuando maestros internacionalistas cubanos son cobardemente asesinados por la contrarrevolución en ese país, son trabajadores los que mueren a consecuencia de la política yanki. Cuando millares y millares de obreros, campesinos, intelectuales, mujeres e incluso niños sucumben en El Salvador y en Guatemala, víctimas de tiranías repugnantes, armadas y apoyadas desvergonzadamente por el imperialismo norteamericano, es una vez más el pueblo y sus trabajadores quienes pagan con su sacrificio y con sus vidas la noble aspiración de conquistar la libertad y abrir paso a una existencia digna y honrosa para las grandes mayorías explotadas y oprimidas.
Este Congreso, que se reúne precisamente en el área de Centroamérica y el Caribe, es seguro que no permanecerá en silencio frente al injerencismo, las amenazas de intervención militar directa y las maniobras demagógicas de los que intentan exterminar a los pueblos salvadoreño y guatemalteco y aplastar a sangre y fuego su heroica y admirable rebeldía.
La carrera armamentista desatada por Estados Unidos entraña una amenaza inmediata y directa para la supervivencia misma de la humanidad. Pero no es esta realidad la única que le confiere un carácter trágicamente doloroso. A ello habría que añadir el extraordinario despilfarro de recursos que supone, en un mundo que confronta la mayor crisis económica de los últimos 50 años.
La mente humana se subleva de indignación al pensar que muchos de los angustiosos problemas que agobian a la mayor parte de la población mundial, como son el hambre, la incultura, la desatención de la salud, la falta de vivienda y de trabajo, pudieran aliviarse en gran medida si solamente una parte de los fabulosos recursos que se destinan a la carrera de armamentos y a los gastos militares se pusieran en función de la justa causa del bienestar y el progreso de los pueblos.
Estados Unidos dispone en estos momentos de 2 112 portadores de armas nucleares, entre rampas de lanzamiento de proyectiles balísticos intercontinentales, bombarderos estratégicos y submarinos. Un solo disparo de todos estos medios podría lanzar de un golpe cerca de 10 000 cargas nucleares de una potencia entre 50 kilotones y 10 megatones cada una. A esa descomunal capacidad de destrucción hay que añadir, entre otros efectivos, casi 4 millones de hombres, 200 vectores de proyectiles táctico-operativos que pueden ser usados con armas nucleares, más de 11 000 tanques, 12 000 piezas de artillería de campaña entre las que se cuentan obuses atómicos, más de 20 000 unidades aéreas de diversos tipos y 848 unidades navales, entre ellas 79 submarinos nucleares y 20 portaaviones. Estados Unidos cuenta con más de 300 bases militares importantes diseminadas en todos los continentes, y más de medio millón de soldados estacionados permanentemente fuera de sus fronteras. Este colosal desarrollo de medios ofensivos, que viene implementándose desde finales de la Segunda Guerra Mundial, ha obligado a los países socialistas a un enorme esfuerzo defensivo para garantizar su propia supervivencia.
Pudiéramos preguntarnos: ¿Amenaza alguien realmente a Estados Unidos? ¿Se dispone alguna potencia a hacerle la guerra? ¿Justifica acaso alguna amenaza a la seguridad nacional los astronómicos crecimientos de los gastos militares adoptados por ese país? Con absoluta convicción tenemos que decir que no, y que lo único que puede explicar este rumbo guerrerista y militarista es la aspiración de los círculos más derechistas y belicosos del imperialismo yanki, que pretenden reafirmar a cualquier precio el papel de Estados Unidos como gendarme de la reacción mundial, y tratar de levantar una barrera frente al avance de la incontenible lucha de los trabajadores y los pueblos en todas partes del mundo.
En términos económicos, esta desenfrenada locura armamentista significa un crecimiento fabuloso del presupuesto militar de Estados Unidos en los próximos cuatro años, para alcanzar en 1986 la alucinante cifra de 373 000 millones de dólares, equivalente al 36% del presupuesto total de ese país para ese año. Se calcula que entre 1982 y 1986 los gastos con fines militares de Estados Unidos abarcarán 1 500 000 millones de dólares.
Las armas nucleares acumuladas son ya suficientes para destruir por completo el mundo varias veces. Se estima que la potencia explosiva del arsenal nuclear existente hoy equivale a casi un millón y medio de veces la bomba de Hiroshima. Esa fuerza equivale en términos convencionales a más de 15 000 millones de toneladas de TNT. Esto significa que a cada uno de nosotros, habitantes de este planeta, incluyendo mujeres, ancianos y niños, nos corresponde el siniestro privilegio de tener asignado el equivalente de más de tres toneladas de explosivos (APLAUSOS).
En las condiciones actuales, el perfeccionamiento de cualquier tipo de arma desencadena una reacción que obliga a un nuevo desarrollo de los sistemas de armamentos y al rápido abandono, por obsoletos, de los medios de guerra creados con anterioridad. Cada día el costo de estos medios es más elevado y cada día también se hace más efímero el plazo de su vigencia efectiva. Esta es la lógica absurda e irracional de la espiral armamentista. El más elemental sentido común de los hombres debiera bastar para comprender que impulsar esta loca carrera carece de sentido, como lo demuestra la experiencia de esta última posguerra. Tratar de lograr una mayor seguridad apelando a este recurso no es más que un peligroso espejismo. En vez de ello, la potencia que inicia nuevas rondas de la carrera de armamentos obtiene todo lo contrario. El emplazamiento de medios cada vez más sofisticados y destructivos multiplica los riesgos y hace más cierta la posibilidad de que cualquier acción irresponsable e irreflexiva pueda desencadenar una catástrofe nuclear.
Claro está que la carrera armamentista abarca a los dos sistemas mundiales y que sus efectos negativos se hacen sentir tanto sobre las economías capitalistas como en las socialistas. Pero tratar de deducir de esto la similitud de responsabilidades por este fenómeno entre un sistema y otro, constituye a nuestro juicio una flagrante injusticia. Si se es absolutamente honesto y objetivo, es preciso reconocer que ni una sola vez, en estos últimos 40 años, la iniciativa en la creación o producción de los nuevos tipos de armas estratégicas ha partido de la comunidad socialista. Lo que la historia demuestra es que los países socialistas se han visto obligados a incurrir en cuantiosos gastos militares para salvaguardar su integridad y su soberanía frente a la política agresiva y las amenazas de sus enemigos.
Al socialismo, como régimen social de nuevo tipo, les son ajenas por completo las ambiciones por apoderarse de las fuentes de materias primas, conquistar mercados, dominar áreas estratégicas y explotar el trabajo y los recursos de otros pueblos, que han sido y son las causas del militarismo y el guerrerismo.
El pueblo soviético conoció la intervención de las potencias imperialistas después de la Revolución de Octubre, políticas de aislamiento diplomático y bloqueo económico, y pasados apenas 20 años de construcción heroica y pacífica, el zarpazo fascista que costó la vida de 20 millones de sus mejores hijos. Después de la creación del primer Estado socialista en la historia del mundo, ¿quiénes han sido los agredidos y quiénes los agresores?
Al impulsar la carrera de armamentos, Estados Unidos y sus aliados se proponen el objetivo de buscar la superioridad militar como instrumento de presión política y, eventualmente, como medio para destruir por la fuerza al socialismo y a los movimientos revolucionarios en todo el mundo. También persiguen el propósito de entorpecer el desarrollo de la comunidad socialista; obligar a esos países, reconstruidos a costa de enormes sacrificios después de la pasada guerra, a asumir cuantiosos gastos de defensa y sacrificar a esos fines los recursos que de otra forma se destinarían al desarrollo económico y social, o a la colaboración con otros pueblos más necesitados.
Pero hay otro aspecto de la cuestión. Después de la Segunda Guerra Mundial, la importancia de las erogaciones militares en el gasto público llevó a la militarización de la economía a desempeñar un rol de primer orden entre los instrumentos de política económica de importantes Estados capitalistas. Durante algunos años de la posguerra, los gastos militares tendieron a acelerar temporalmente el ritmo de crecimiento económico en algunos países que, como Estados Unidos, disponían de reservas en su potencial productivo y de recursos materiales libres.
Sin embargo, la crisis económica de los años 1974-75 evidenció que los gastos militares, al igual que otros instrumentos de política económica, no eran ya capaces de atenuar los efectos de la crisis, y mucho menos de provocar, siquiera artificialmente, una reanimación económica significativa. En cambio, se puso de manifiesto su carácter intrínsecamente improductivo e inflacionario, ya que con ellos se incrementa el circulante y la demanda de mercancías sin que haya un aumento compensador de la producción de artículos de consumo. Por otro lado, los gastos militares absorben recursos materiales y humanos de alta calidad de la industria civil, con lo que se retrasa su desarrollo y frena el aumento de la productividad del trabajo.
Los gastos militares, igualmente, reducen las posibilidades de empleo. En tal sentido, científicos norteamericanos han demostrado que un gasto equivalente a 1 000 millones de dólares solo genera 76 000 empleos en el sector militar, contra 112 000 en el sector civil, es decir, 36 000 empleos menos.
Más de 500 000 millones de dólares se invirtieron en 1980 en gastos militares, incluyendo la producción de armamentos. Solamente si se mantuviera al mismo nivel la tasa de crecimiento de los gastos militares, sin contar el impulso desbocado que provocará el programa armamentista de Reagan, esta cifra alcanzaría, a los valores de 1980, la cantidad fabulosa de 940 000 millones de dólares en el año 2000.
¿Qué significan para la humanidad en términos concretos estas cifras colosales? He aquí algunos datos objetivos:
La mitad de los recursos que actualmente se destinan en un solo día a gastos militares bastarían para sufragar el programa de eliminación total del paludismo, enfermedad que afecta a 66 países en los que vive la cuarta parte de la humanidad, y que solo en Africa mata a más de un millón de niños cada año.
El mundo invierte en cinco horas, en gastos militares, el equivalente al total del presupuesto anual de la UNICEF para programas de atención a la infancia.
El número de personas que trabajan en ocupaciones vinculadas a la actividad militar, incluyendo el personal de las fuerzas armadas, es actualmente dos veces mayor que el total de maestros, médicos y enfermeras juntos en todo el mundo.
Alrededor del 25% del personal científico a nivel mundial se dedica a actividades con fines militares. Se estima que el 60% de todos los gastos de investigación científica son consumidos por los programas militares. Estas investigaciones tienen un volumen cinco veces mayor que las dedicadas a la protección de la salud del hombre.
Pero lo que hace todavía más preocupante la actual situación es el hecho de que el tenso clima internacional provocado por la política agresiva del imperialismo, los conflictos regionales, muchas veces alentados y promovidos por los intereses neocoloniales, la atmósfera de violencia generada por la actuación de algunos Estados que desempeñan el papel de gendarmes reaccionarios a escala regional, y la presión en otros casos de los pueblos explotados y oprimidos que luchan por su liberación, han llevado a los propios países subdesarrollados a incorporarse a la carrera armamentista y a duplicar sus gastos militares en la última década.
¿Cuál es el resultado de este fenómeno ante la realidad de pobreza, hambre, ignorancia, insalubridad y escasez de recursos del llamado Tercer Mundo?
Pongamos de nuevo algunos ejemplos basados en datos fidedignos:
El 5,9% del Producto Nacional Bruto de los países de Asia, Africa y América Latina es invertido en armamentos y gastos militares, mientras que solo el 1% es destinado a la salud pública y el 2,8% a la educación.
Con el 1% de los presupuestos militares de los países desarrollados, se podría resolver el déficit existente en la asistencia internacional para financiar el incremento de la producción de alimentos y establecer reservas de emergencia.
Con lo que cuesta un tanque moderno podrían construirse 1 000 aulas para 30 000 niños en los países subdesarrollados.
El precio de un submarino nuclear Trident, de los que Estados Unidos piensa construir 13 antes de 1990, equivale a lo que costaría mantener asistiendo a la escuela durante un año a 16 millones de niños del mundo subdesarrollado; a la construcción de 400 000 viviendas para 2 millones de personas, o a más del valor total de los cereales que importa Africa durante un año.
Con lo que a mediados de la década de 1970 se gastaba en el mundo en un año en actividades militares, hubiera sido posible costear, entre muchos otros, un programa de vacunación contra enfermedades infecciosas para los niños de todo el mundo, un programa para liquidar el analfabetismo adulto en todo el mundo antes del año 2000, un programa de alimentación suplementaria para más de 60 millones de mujeres embarazadas, y un incremento de aulas para acoger a más de 100 millones de escolares.
Pudieran agregarse infinidad de ejemplos más que demuestran el carácter absurdo y criminal de este gigantesco despilfarro de recursos.
La carrera armamentista no solo pone en un serio peligro a la paz mundial, acrecentando los riesgos de que una guerra pueda conducir al fin de la humanidad, sino que crea circunstancias inestables y enrarecidas donde no es posible contrarrestar los trágicos y agobiantes problemas derivados del subdesarrollo, ni lograr tampoco avances en la conquista de los derechos y las reivindicaciones a que aspiran los trabajadores en los países industrializados.
La carrera armamentista hace más insoportable aún la profunda crisis económica que hoy sufre el sistema capitalista, cuyos efectos negativos recaen sobre toda la economía mundial, y con especial intensidad son descargados sobre las masas trabajadoras.
Los propios documentos de este Congreso hacen una amplia exposición a este respecto. Existe una verdadera avalancha de estadísticas que ilustran cómo, a partir de la brusca caída de los años 1974-75, la inestabilidad y la crisis se han convertido en fenómenos crónicos de la economía capitalista, sin que hasta aquí ni siquiera los más optimistas teóricos de este sistema sean capaces de vislumbrar una salida a la contracción de las inversiones y la producción, el ritmo incontrolable de los procesos inflacionarios, el aumento del desempleo, las conmociones del sistema monetario y la oleada de quiebras que abaten a los países industrializados, y que se trasmiten, con efectos multiplicados, sobre las endebles y precarias economías de los países atrasados o de menor desarrollo.
Es innegable, por otra parte, que esta crisis está íntimamente asociada a fenómenos que la complican y la ahondan mucho más aún, como son la creciente elevación de los precios de la energía y las perspectivas del agotamiento de sus fuentes convencionales en un plazo relativamente breve, la creciente carencia de materias primas fundamentales, el déficit endémico que va adquiriendo la producción mundial de alimentos, las preocupantes perspectivas de un crecimiento exagerado de la población en las áreas más pobres y relegadas del mundo y la destrucción de las tierras agrícolas, las aguas, los bosques y otros recursos irremplazables para la reproducción de la propia especie humana.
Como en otras épocas, los monopolios han reaccionado ante la crisis con la disminución de la producción, la reducción de las inversiones, la subutilización de las capacidades instaladas y el despido de decenas de millones de trabajadores. Apoyándose en los adelantos de la revolución científico-técnica, los monopolios y las grandes empresas transnacionales aprovechan la crisis para intensificar la explotación de los trabajadores y degradar las condiciones de empleo, mediante mecanismos que han llevado a extremos sin precedentes el agotamiento, sobre todo nervioso, de la masa ocupada.
El desempleo ha alcanzado límites sin precedentes en las últimas cinco décadas. En los países capitalistas desarrollados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la cifra oficial de desempleados llegó en 1981 a 25 millones, 4 millones más que en 1980 y 10 millones más que durante la crisis de 1974-75. Se calcula que en 1982 este índice llegará a sobrepasar los 28 millones. Son cifras dramáticas que no reflejan, sin embargo, la magnitud real del desempleo, pues las estadísticas de los países afectados se valen de diversos recursos para ocultarla engañosamente.
Y, mientras tanto, ¿cómo se refleja el desempleo en los países subdesarrollados? Según datos de la Organización Internacional del Trabajo, en 1980 había en el Tercer Mundo unos 455 millones de trabajadores desempleados o subempleados, lo que representaba más del 43% de la población en edad laboral. En ese año, en América Latina, el 46% de la fuerza de trabajo se encontraba afectada por el desempleo abierto o el subempleo, y de entonces acá esta situación ha continuado deteriorándose en forma impresionante.
Por otro lado, la absurda paradoja de que en 1979 trabajaban en el mundo, especialmente en países subdesarrollados, 75 millones de niños menores de 15 años realizando en muchas ocasiones trabajos extenuantes y siempre mal remunerados y carentes de todo derecho.
¿Y qué ocurre con la mujer trabajadora en general? Según estimaciones de la OIT, 575 millones de mujeres están ocupadas, lo que representa el 35% de la fuerza de trabajo a nivel mundial. Pero ellas, que representan algo más de un tercio de la mano de obra total, no reciben más que una décima parte de los ingresos mundiales. Sobre las mujeres recae con especial violencia el azote del desempleo y la ofensiva antiobrera que llevan a cabo los explotadores en este período de crisis.
En muchas legislaciones de Estados capitalistas se reconoce el principio de igual salario por trabajos iguales, pero en términos reales las diferencias de remuneración del trabajo entre mujeres y hombres es del 20% al 50%. En empresas que han sido trasladadas por las transnacionales de los países capitalistas desarrollados a los países subdesarrollados, las trabajadoras nacionales son escandalosamente mal pagadas, y el promedio de su salario es hasta la décima parte de lo que reciben en los países desarrollados.
La Organización Mundial de la Salud ha señalado que entre los trabajadores de los países capitalistas, las mujeres son las más afectadas por determinado tipo de enfermedades profesionales, particularmente en las empresas donde son elaborados productos a partir de componentes tóxicos, como el amianto, el zinc y el plomo. La intensificación del trabajo y las condiciones laborales dañinas no solamente comprometen la salud de las mujeres, sino que ponen en peligro su función biológica esencial.
Otras víctimas de la actual situación, que deben recibir especial atención del movimiento sindical internacional, las constituyen las grandes masas de trabajadores migrantes, que, acorralados por el desempleo y la pobreza en sus países de origen, acuden a los países de mayor desarrollo industrial a vender su fuerza de trabajo en condiciones precarias, realizando los trabajos más duros y peor pagados, despojados de sus derechos esenciales y sufriendo en no pocos casos repugnantes formas de discriminación racial.
Pero también se despoja al Tercer Mundo de su fuerza de trabajo más calificada mediante el llamado “robo de cerebros”, que constituye una forma altamente sensible de saqueo y expoliación de los recursos humanos de más costosa y difícil formación en países subdesarrollados. Estudios de la UNCTAD muestran que en los últimos 15 años el saqueo de diplomados universitarios y especialistas de elevada competencia procedentes del Tercer Mundo alcanzó a más de 300 000. En Estados Unidos, entre el 25% y el 50% de los médicos que se incorporan cada año, entre el 15% y el 25% de los técnicos y cerca del 10% de los científicos, son inmigrantes de países subdesarrollados.
El índice de crecimiento del producto nacional bruto en los países capitalistas desarrollados alcanzó un promedio de 3,7% en 1979, para caer a 1,2% en 1980 y mantenerse a este bajo nivel durante 1981. Por su parte, el crecimiento de la producción industrial cayó del 4,7% en 1979 a menos 0,5% en 1980 y a un 0,2% de crecimiento en 1981. La tasa de inflación alcanzó el 9,8% en 1979, y en los años 1980 y 1981 se mantuvo por encima del 10% como promedio.
La crisis no ha sido domesticada, como presuntuosamente declararon algunos economistas burgueses en años de bonanza. Lejos de ello, se manifiesta con implacable fuerza, asumiendo nuevas características desconcertantes para la burguesía, como esa combinación de estancamiento económico con inflación, que ha echado por tierra las tradicionales fórmulas de política económica de la posguerra.
El fenómeno de la inflación es hipócritamente presentado por muchos gobiernos burgueses como el “enemigo público número uno”, que debe ser combatido por toda la nación, por todas sus clases sociales por igual, para lo cual se solicita ante todo la moderación de las demandas salariales obreras e, incluso, las rebajas de salario.
Pero la realidad es que el proceso inflacionario desatado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que en los últimos años se ha tornado desenfrenado, es un genuino producto del capitalismo monopolista y del entrelazamiento de intereses entre los grandes monopolios y el Estado, que actúa como agente económico por intermedio de sus políticas monetarias y fiscales.
La política de incrementar la masa monetaria en circulación, aplicada por los gobiernos de los países capitalistas desarrollados durante los últimos 35 años, no fue casual, ni tiene explicaciones meramente técnicas. Respondió esencialmente a la política de alza de precios, impulsada por los monopolios, y a las guerras imperialistas, como la de Viet Nam, durante la cual se imprimieron decenas de miles de millones de dólares para sufragar esa criminal, genocida e inhumana aventura.
La crisis económica del capitalismo se refleja hoy con mayor crudeza que nunca en los países del mundo subdesarrollado, agravada por el escaso desarrollo general de las fuerzas productivas en esos países y la deformación de sus estructuras económicas.
Las cifras revelan que la tasa de crecimiento del producto nacional bruto de los países subdesarrollados en su conjunto, descendió de un 4,8% en 1979 al 3,8% en 1980, y al 3,2% en 1981. Pero estas cifras no expresan toda la verdad. Baste recordar que la tasa anual de crecimiento de los países de más bajos ingresos en el mundo subdesarrollado fue solamente del 1,8% en la década de 1960 y del 0,8% en la de 1970.
Vistos desde otro ángulo, estos datos significan que los países de más bajo ingreso, que comprenden la cuarta parte de la población mundial, necesitarían con sus actuales ritmos de crecimiento económico entre 400 y 500 años para alcanzar el nivel actual de ingreso per cápita de los países capitalistas más desarrollados. He ahí la caracterización gráfica de la ultrajante brecha que separa a los países más ricos de los más pobres.
La parte correspondiente de los países subdesarrollados en las exportaciones mundiales, excluyendo los combustibles, se redujo de alrededor del 25% en 1950 a menos del 12% en 1980. El deterioro continuo de la relación de intercambio entre los productos básicos y las manufacturas, agudizado por el alza en los precios del petróleo, ha contribuido también al surgimiento de un déficit crónico y gigantesco en las balanzas de pagos de los países subdesarrollados importadores de petróleo, que alcanzó unos 53 000 millones de dólares en 1980.
El resultado más significativo en el orden económico de toda esta situación, es el monstruoso endeudamiento de los países subdesarrollados. Se estima que la deuda externa del llamado Tercer Mundo ascendía ya en 1981 a la cifra descomunal de más de 524 000 millones de dólares, y la tendencia es hacia el continuado incremento, en un brutal círculo vicioso entre pagos de servicios de la deuda, con tasas crecientes de interés, y más deudas. Naturalmente, la inmensa mayoría de los países subdesarrollados no podrán pagar jamás esta colosal deuda.
La actual crisis capitalista, unida al crecimiento acelerado de la población de los países subdesarrollados, el estancamiento o retroceso de su producción agrícola y la ausencia general de un desarrollo industrial y tecnológico, ha colocado al mundo subdesarrollado en su conjunto en la más aguda y difícil situación económica de toda su historia, que no lo conducirá más que a su endeudamiento progresivo, su empobrecimiento creciente, el agravamiento de su dependencia, la parálisis financiera y la asfixia económica total.
Esta crisis se traduce, en el orden social, en la situación trágica y desesperada en que vive en el mundo de hoy más de la cuarta parte de la humanidad, situación que puede resumirse en muy pocas palabras: hambre, ignorancia, insalubridad, miseria, desempleo, falta de oportunidad, falta de seguridad, desesperanza, desigualdad.
Suman ya cerca de 800 millones los seres humanos que padecen de hambre en el mundo subdesarrollado o se encuentran subalimentados.
La producción per cápita de alimentos, que aumentó un 9% en los países capitalistas desarrollados entre 1970 y 1980, se mantuvo prácticamente estacionaria en el mundo subdesarrollado en ese mismo período. Entre 1971 y 1980, la producción de alimentos por habitante disminuyó en 52 países subdesarrollados, entre los cuales se cuentan muchos de los países considerados más pobres de todo el mundo. Tomando separadamente el caso de Africa, los datos arrojan una disminución del 15% en este índice, con la consiguiente merma en la disponibilidad de recursos alimentarios para la población de ese continente. El 60% de los africanos sufre de hambre crónica.
El consumo per capita de calorías en los países subdesarrollados es actualmente inferior en más de un 33% al de los países desarrollados, considerando ambos grupos de países en conjunto. En los países subdesarrollados, el consumo promedio per cápita de proteínas de origen animal es casi un 80% inferior al de los países desarrollados. El habitante medio de ese mundo subdesarrollado dispone para su alimentación diaria de 3,5 veces menos grasas que la población del mundo desarrollado.
Entre la cuarta parte y la mitad de los niños menores de cinco años en los países considerados por la FAO como más gravemente afectados por los problemas de la alimentación, padecen de malnutrición. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia calcula que 100 millones de niños padecieron hambre en 1981. El 95% de los niños que nacen en todo el mundo con un peso inferior al límite mínimo normal, nacen en los países subdesarrollados de madres por lo general pobremente alimentadas. La Organización Mundial de la Salud estima que alrededor de 100 000 niños menores de cinco años quedan ciegos cada año en dichos países a causa de una alimentación deficiente.
Mas de 1 500 millones de personas beben agua contaminada.
Hay casi 800 millones de analfabetos que elevan la tasa de analfabetismo en el Tercer Mundo a un 48% en su conjunto. Más de 200 millones de niños carecen de escuelas o de medios y posibilidades de asistir a ellas.
La tasa promedio de mortalidad infantil es seis veces mayor en los países subdesarrollados, y en algunos de los más pobres es hasta diez veces mayor que en los países desarrollados. Cada año mueren allí más de 15 millones de niños menores de cinco años.
El Director Ejecutivo de la UNICEF ha publicado recientemente un informe en el que expresa refiriéndose a esta situación: “1981 ha sido otro año de emergencia silenciosa: 40 000 niños han muerto silenciosamente cada día; 10 millones de niños se han convertido silenciosamente en deficientes físicos o mentales; 200 millones de niños entre los seis y 11 años, han contemplado en silencio cómo otros iban a la escuela; en fin, un quinto de la población mundial ha luchado en silencio por la mera supervivencia”.
Son los trabajadores y los hijos de los trabajadores los que pasan hambre, los que carecen de escuela, los que mueren sin atención médica.
La causa de esta situación desastrosa radica en la política imperialista, su carácter egoísta, guerrerista y agresivo, y la herencia económica y social funesta que a través del colonialismo primero y el neocolonialismo después, ha legado al mundo el sistema capitalista de producción, con su secuela de guerras, sangre, injusticia social, explotación de clases y de naciones que lo caracterizan.
Tendríamos muy poca fe en el gigantesco potencial de lucha de las masas explotadas, tanto en los países subdesarrollados como en los propios países capitalistas desarrollados, y muy poca confianza en las posibilidades de progreso del hombre, si no creyéramos firmemente que estos problemas pueden y deben ser resueltos por la humanidad. En esa lucha toca a los trabajadores un papel de primera fila. Es a ellos a quienes corresponde en primer lugar, por ser la clase más revolucionaria de la sociedad, la tarea histórica de cambiar el orden social injusto y despiadado del que se derivan estas impresionantes realidades (APLAUSOS).
La gigantesca maquinaria de propaganda capitalista destaca sin cesar las supuestas virtudes de su sistema. Se refieren a la riqueza y la opulencia, a sus índices económicos, a su tecnología y a sus consumos. Se exalta, además, su modelo social en un intento de contraponerlo a la sociedad socialista. Se habla de democracia, derechos e igualdad de oportunidades.
En Estados Unidos, país que pretende presentarse como modelo, el desempleo, que alcanzó en 1981 un 8,9% en su conjunto, para un total de 9,5 millones de personas sin trabajo, se comportó de la siguiente manera: población blanca, 7,8%; población negra, 17,4%; jóvenes blancos, 19%; jóvenes negros e hispánicos, 42,9%.
Mientras el 8,7% de la población blanca aparecía en los niveles de pobreza, la población hispánica alcanzaba el 21,6% y la población negra el 30,6%.
Las oportunidades de estudiar para los distintos sectores de la población en Estados Unidos son también expresión de las enormes diferencias sociales existentes. La tasa de graduados de secundaria ha ido descendiendo en los últimos años, principalmente en los sectores pobres y las minorías. Mientras el 37% de los blancos terminan la secundaria, solo lo logra el 30% de los negros y el 25,6% de los latinos. Del conjunto de graduados universitarios en Estados Unidos, la proporción de blancos graduados respecto a los negros es un 50% superior.
Los programas de salud iniciados en los años 60, como vía de solución a las enormes diferencias que en el acceso a servicios asistenciales de calidad tenían los sectores más pobres de la población debido al costo elevadísimo de los mismos, han recibido reducciones importantes. En 1981 la reducción en estos programas alcanzó a 16 400 millones de dólares y en 1982 a 17 200 millones. Estos cortes afectan a 24 millones de personas, 7 millones de los cuales son niños. Mientras en 1977 la mortalidad infantil era de 12,3 por 1 000 nacidos vivos para la población blanca, llegaba a 21,7 para los negros y las minorías.
Hay hoy 27 millones de jóvenes menores de 20 años en Estados Unidos. Una tercera parte padece de inestabilidad, insatisfacción, rechazo a la sociedad, grandes conflictos personales y depresión, acompañados de agudas crisis en el seno familiar. Cada año un millón de adolescentes huyen de sus hogares. Crece cada año el índice de suicidios entre los jóvenes de esa edad.
El 11% de los estudiantes entre el séptimo y noveno grados, y el 15% entre los de décimo y duodécimo, presentan problemas graves de alcoholismo. Según datos del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan, entre los estudiantes de secundaria superior el 72% consume alcohol, el 34% fuma marihuana, el 12% utiliza drogas estimulantes y el 5% consume cocaína.
En Estados Unidos, según el propio FBI, cada dos segundos se produce un delito; cada cuatro segundos ocurre un hurto; cada ocho segundos un robo con violencia; cada 28 segundos se roba un auto; cada 48 segundos se efectúa un asalto con lesiones a una persona; cada 58 segundos un robo a mano armada; cada seis minutos se viola a una mujer; cada 23 minutos ocurre un asesinato. En 1980 los casos declarados de violación ascendieron a 82 000; medio millón de personas fueron robadas; 650 000 fueron asaltadas y se cometieron 23 000 asesinatos. ¿Es esta una sociedad que puede tomarse de modelo? (APLAUSOS)
En el último trimestre de 1981, la producción industrial de Estados Unidos mostró un descenso del 5,6%, revelador de un agudo proceso depresivo. La balanza comercial fue negativa por un monto de 40 000 millones de dólares, lo que refleja la creciente pérdida de capacidad en la competencia. El déficit fiscal, que Reagan prometió reducir ya este año fiscal a unos 54 000 millones de dólares, se estima que alcanzará 109 000 millones. La promesa de lograr en 1984 un presupuesto balanceado forma parte ya de las demagógicas ilusiones desechadas; se calcula que el déficit llegará ese año a la astronómica cifra de 162 000 millones. Es un fracaso completo y bochornoso del ilustre Presidente de Estados Unidos, elegido por solo el 26% de los ciudadanos con derecho electoral en ese país.
El Departamento del Trabajo de Estados Unidos reconoce la tasa de desempleo actual, que es ya del 8,9%, y se considera que en 1982 esta alcanzará niveles por encima del 10%.
Los brutales cortes aplicados a los gastos de seguridad social han hecho mucho más desesperada la situación de los trabajadores carentes de empleo en dicho país, y especialmente de las mujeres, los jóvenes, los negros y las minorías nacionales superexplotadas.
Hoy hay más pobres, desempleados, discriminados, marginados y explotados en Estados Unidos que en todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hoy también los ancianos, los enfermos, los limitados, los retirados, las familias de menores ingresos, ven reducirse como nunca antes sus ya menguados beneficios sociales.
El gobierno del señor Reagan se ha caracterizado desde su inicio por una actitud profundamente antipopular y antiobrera. Con dureza insólita expulsó de su trabajo a los controladores aéreos. Y revive los períodos más turbulentos de la represión sindical, apelando para ello a todo el arsenal de medidas legislativas, el empleo del ejército, la prohibición de actividades sindicales, las multas, el encarcelamiento de trabajadores y la brutalidad policial. Su programa económico es la expresión viva de la más reaccionaria política monopolista, y según lo han proclamado muchos de sus propios compatriotas, se encamina a hacer cada vez más pobres a los pobres y más ricos a los ricos.
Ese mismo gobierno, sin embargo, con motivo de los dolorosos sucesos de Polonia, resultado incuestionable de graves errores cometidos en el proceso de la construcción del socialismo en ese hermano país y de la acción del enemigo imperialista, adopta poses demagógicas sin recato alguno y promueve campañas de la más vulgar propaganda, presentándose como defensor de los intereses de los trabajadores y el pueblo de Polonia. Ese mismo gobierno, cuyas manos están manchadas con la sangre de decenas de miles de obreros y campesinos vilmente asesinados por los regímenes genocidas de El Salvador y Guatemala; que auspicia los planes de agresión contra Nicaragua y Granada; que mantiene contra el pueblo cubano una histérica campaña de amenazas y provocaciones, al tiempo que trata de recrudecer aún más el criminal y total bloqueo económico impuesto desde hace más de 20 años a nuestra Patria; que apoya las masacres israelíes contra palestinos y libaneses; que es amigo entrañable de Sudáfrica, donde 20 millones de africanos son discriminados, explotados y brutalmente oprimidos; que es cómplice de cuanta tiranía reaccionaria, régimen fascista o racista existe sobre la Tierra, no podrá ser jamás el que defienda los intereses de los trabajadores en ninguna parte del mundo (APLAUSOS PROLONGADOS).
Albergamos la más profunda esperanza de que la hermana Polonia, a pesar de Reagan, su demagogia, sus bloqueos y agresiones económicas, por sí misma y con la colaboración fraternal y solidaria de todas las fuerzas progresistas del mundo, será capaz de superar las dificultades sin guerra civil y sin derramamientos de sangre, y marchará exitosamente por el justo camino del socialismo.
La crisis económica capitalista es de tales proporciones que sus efectos se hacen sentir también sobre la economía de los países socialistas, aunque estos, por la propia naturaleza de su régimen social, no la generan y están en mejores condiciones para contrarrestar sus negativas consecuencias.
El imperialismo y los opresores, desde hace más de un siglo, han seguido la táctica de dividir, contraponer, aislar y debilitar las acciones de los trabajadores. Hoy en nuestro mundo, cada día más pequeño y más interrelacionado, la universalidad de los problemas es de tal naturaleza y la presencia de los monopolios en la vida económica adquiere tal intensidad, que ello pone de manifiesto con extraordinaria fuerza la comunidad de intereses de todos los trabajadores y reclama una respuesta cada vez más unánime y más internacional.
Ya no hay pueblos ni acontecimientos encerrados detrás de sus fronteras. Una prueba de esto la tenemos en la actividad de los consorcios transnacionales, que al trasladar industrias y plantas enteras a países con menores niveles de vida, han tratado de crear rivalidades entre los trabajadores de unos y otros países, multiplicar sus beneficios y eludir, muchas veces con el respaldo de regímenes represivos y sangrientos, las justas demandas de la clase obrera. Las empresas transnacionales, como ha sido denunciado, han llegado de esta forma a pagar en algunos países salarios que son 27 veces más bajos que los que se pagan en los países altamente industrializados.
Pero, a despecho de estas y otras maniobras, lo que encontramos en la actualidad es que se abre paso la solidaridad creciente entre los trabajadores y sus sindicatos en unas y otras regiones del mundo, se desarrolla la conciencia de la unidad, y se hacen cada día mayores las huelgas, las manifestaciones y las protestas en que se expresa la lucha de la clase obrera por sus legítimos e irrenunciables derechos.
Crece el movimiento de los trabajadores de todo el mundo, y no solo se desarrolla en número, sino también en alcance y en profundidad. Cada vez se hace más patente la interrelación de los problemas económicos con las más vitales aspiraciones de carácter político. Si las demandas de salario fueron hasta hace algunos años el contenido esencial de las huelgas obreras, ahora se manifiesta, en cambio, la lucha por la defensa del empleo, contra los despidos, en favor de los derechos sindicales, por la soberanía y la independencia de sus respectivos países, contra el injerencismo imperialista, en denuncia de la carrera de armamentos, por la transformación de la industria de guerra en una industria de paz, en aras de la distensión, el desarme y el entendimiento pacífico en la vida internacional.
Medio millón de trabajadores norteamericanos se unieron para protestar contra la política interna y exterior de la administración de Reagan, y millones más han estremecido las calles de las principales capitales de Europa, en reclamo de trabajo, seguridad y paz. No tenemos duda de que en el futuro será cada vez más firme y decidida la resistencia de los trabajadores a la política de guerra fría, la carrera armamentista y los peligros de guerra.
También en nuestra sociedad socialista, los sindicatos ocupan un lugar de extraordinaria importancia. También ellos, en nuestro criterio, están llamados a ser cada día más activos y más eficaces en el desempeño de sus tareas.
Este Congreso les dará la oportunidad de conocer cómo son y cómo actúan nuestros sindicatos. Los revolucionarios cubanos somos por naturaleza inconformes y críticos con nuestra propia obra: no pretendemos haber alcanzado el ideal en el desarrollo de los sindicatos. El socialismo, como régimen que nace, no está exento de dificultades, de deficiencias, de búsquedas y errores. Pero hemos trabajado con toda honestidad y toda lealtad por fomentar un movimiento sindical profundamente clasista, revolucionario y democrático, capaz de plantearse por sí mismo y de llevar adelante grandes objetivos.
Nuestros sindicatos defienden a la Revolución, y defienden y representan los intereses y los derechos de cada trabajador y de cada colectivo obrero. La más limpia práctica de la democracia proletaria les sirve de base. Nuestros dirigentes sindicales son obreros promovidos desde la base por sus compañeros hasta las más altas responsabilidades. Como dignos herederos del legado de aquel extraordinario maestro de cuadros sindicales, que fue el inolvidable compañero Lázaro Peña (APLAUSOS), nuestros dirigentes obreros actúan estrecha y permanentemente vinculados a las masas. Ellos educan a los trabajadores en el amor a la Patria y en el sentimiento de solidaridad con todos los pueblos del mundo. Decenas de miles de trabajadores cubanos prestan hoy su abnegada colaboración internacionalista al desarrollo de más de 30 países hermanos.
Nuestro movimiento obrero es hoy más vigoroso y pujante que nunca. Sus atribuciones y su papel en el seno de la sociedad son cada vez más importantes y decisivos.
Gracias al esfuerzo de nuestros trabajadores y a nuestro régimen socialista, hoy, en nuestro país, se ha erradicado hace años el analfabetismo, el nivel de escolaridad mínimo asciende a sexto grado y marcha hacia el noveno. Nuestros índices de salud se comparan con el de los países desarrollados, se ha liquidado el flagelo del desempleo y no existe discriminación racial, prostitución, juego, mendicidad ni drogas. Nuestro ejemplo demuestra que los más graves problemas sociales de un país subdesarrollado pueden tener solución (APLAUSOS).
Con el apoyo de los trabajadores y el respaldo de la solidaridad internacional, nuestra Patria ha vencido las pruebas más duras, hemos llegado hasta aquí, y seguiremos adelante, labrando nuestro futuro, sin que ninguna fuerza pueda doblegarnos, intimidarnos ni obligarnos a renunciar a uno solo de nuestros principios.
Cuba continúa hoy seriamente amenazada; sobre nuestro pueblo revolucionario pende el peligro de nuevas agresiones imperialistas. Se informa cínicamente de nuevas medidas en proyecto para arreciar al máximo el bloqueo económico. Al mismo tiempo se anuncia con cierta expectación que Reagan hará, de un momento a otro, un importante pronunciamiento sobre Cuba, y se filtra en la prensa de ese país que el discurso será duro, agresivo y amenazador. Se habla incluso por algunos medios publicitarios norteamericanos de planes agresivos en consideración y posibles ultimátums, en relación con las armas que nuestra Patria ha recibido para fortalecer su defensa el pasado año, frente a las reiteradas y crecientes amenazas de la actual administración contra nuestro pueblo, alegándose que algunos de los aviones adquiridos últimamente por nuestro país son ofensivos y rompen, por tanto, los acuerdos surgidos a raíz de la Crisis de Octubre de 1962.
¡Tal afirmación es falsa de pies a cabeza!
Aunque nuestra Patria no ha reconocido nunca, ni reconocerá jamás, ninguna limitación a su prerrogativa soberana de adquirir el armamento que considere necesario para su defensa (APLAUSOS), derecho que ejercen todos los países del mundo, Cuba no ha recibido absolutamente ningún tipo de avión que sea diferente, en lo más mínimo, a los que ha estado recibiendo desde hace años, y todos son de carácter táctico, ninguno de tipo estratégico. Se trata, pues, de un burdo, grosero y cínico pretexto que ha estado utilizando últimamente el imperialismo para provocar tensiones y justificar cobardes agresiones.
Advertimos, con toda determinación, que ninguna amenaza, ningún chantaje, ningún ultimátum, será jamás aceptado (APLAUSOS).
No nos asustan nuestros enemigos con el estrépito de sus armas, sus declaraciones prepotentes y sus groseras campañas mentirosas. Por ningún medio podrán jamás ponernos de rodillas, y si se atreven a atacarnos van a encontrar aquí a un pueblo entero preparado y dispuesto a combatir casa por casa, fábrica por fábrica, y a defender cada pulgada de nuestra tierra con valor espartano (APLAUSOS PROLONGADOS).
Tampoco pensamos únicamente en los riesgos que puedan aguardar a Cuba. Somos parte de la humanidad y hemos echado nuestra suerte con los pueblos, con los trabajadores y con los pobres de toda la Tierra.
El reto que hoy encara el mundo no tiene precedentes en ninguna otra época.
Por primera vez, en la milenaria historia del hombre, ha surgido la posibilidad real de que sea aniquilado todo cuanto ha creado la inteligencia y el trabajo de los pueblos, de que desaparezca la humanidad, y con ella los sueños y las nobles esperanzas de alcanzar metas superiores de justicia, bienestar y felicidad.
Si de algo han de valernos las experiencias del pasado, debemos adquirir todos conciencia de que esta vez no tendríamos una segunda oportunidad para enmendar nuestros propios errores.
Por encima de cualesquiera diferencias filosóficas, religiosas o políticas, es mucho más lo que une a los trabajadores que lo que los separa.
¡Nos une el interés vital de la humanidad por la paz; la lucha decidida contra la absurda carrera armamentista; la aspiración de todos los trabajadores del mundo a una vida mejor, más digna, más equitativa, más segura, más justa; el derecho a la independencia económica y política de los pueblos; la lucha contra el colonialismo, el racismo y el fascismo; el combate contra la explotación de las oligarquías y el saqueo neocolonial; la batalla universal por un nuevo y má